15 - EN LA CÁMARA SECRETA


Sosteniendo en alto la delgada antorcha mul, espié el interior de la caverna que se abría en el suelo de la cámara de Misk. De un anillo empotrado en el suelo, que formaba el techo de la caverna, colgaba una cuerda de nudos.
Sostuve la antorcha con los dientes, y me descolgué poco a poco, sosteniendo la cuerda con las manos.
Comencé a sudar. Cerré el ojo derecho.
Un círculo de luz azul parpadeó en los muros del pasaje por el cual yo descendía. Varios metros bajo el nivel de la cámara de Misk, las paredes estaban húmedas. La temperatura descendió varios grados. Aquí y allá un hilo de agua trazaba su dibujo oscuro, descendiendo hacia el suelo, para desde allí continuar su trayecto y desaparecer en alguna grieta.
Cuando llegué al final de la cuerda, doce o trece metros más abajo, sostuve la antorcha sobre la cabeza y me encontré en un recinto desnudo.
Miré hacia arriba y vi a Misk, que despreciaba la cuerda y descendía tranquilamente por la pared cortada a pico.
Un momento después llegó donde yo estaba.
—Nunca hablarás de lo que voy a mostrarte —dijo Misk.
No dije nada, y Misk vaciló.
—Que haya entre nosotros la Confianza del Nido —dije.
—Pero tú no perteneces al Nido —objetó Misk.
—De todos modos —insistí—, que exista entre nosotros la Confianza del Nido.
—Muy bien —replicó Misk, y se inclinó hacia adelante, hacia mí, me ofreció sus antenas extendiéndolas, y con suma suavidad, casi con ternura, el Rey Sacerdote tocó con ellas las palmas de mis manos.
—Que entre nosotros haya la Confianza del Nido —dijo.
—Sí —contesté—. Entre nosotros, la Confianza del Nido.
De pronto, Misk se irguió.
—Por aquí —dijo—, pero desprovisto de olor y cerca del suelo, de modo que no es probable que un Rey Sacerdote lo encuentre, hay un pequeño picaporte que se parece mucho a un guijarro; encuéntralo y muévelo.
Fue trabajo de un momento apenas encontrar el picaporte que él había mencionado, aunque por lo que había dicho en realidad estaba muy bien disimulado para evitar la típica observación sensorial de un Rey Sacerdote.
Moví el picaporte, y una parte de la pared se retiró.
—Entra —dijo Misk, y yo obedecí.
Apenas entramos, Misk tocó un botón que yo no podía ver, a varios metros sobre mi cabeza, y la puerta volvió a cerrarse.
La única luz de la cámara era la que provenía de mi antorcha azulada.
Vi paneles e instrumentos, aparatos y alambres e hilos que se entrecruzaban. A un costado, pilas de cintas con olores; algunas giraban lentamente. Todas las cintas a su vez se conectaban con un artefacto grande, que parecía una caja. A veces se encendían luces, y de pronto saltaba un disco, reemplazado inmediatamente por otro. Ocho cables partían de esa caja y penetraban en el cuerpo de un Rey Sacerdote, que yacía de espaldas, inerte, sobre un diván de piedra, en el centro de la habitación.
Tenía el cuerpo bastante pequeño para tratarse de un Rey Sacerdote, pues medía sólo cuatro metros.
Lo que me asombró más fue que tenía alas, largas y elegantes alas doradas plegadas sobre la espalda. No estaba maniatado, y parecía completamente inconsciente.
—Yo mismo tuve que diseñar el equipo —dijo Misk—, y por eso es muy primitivo. No podía pedir el material estándar. Fabriqué mi propio material mnemotécnico, y concebí un traductor para leer las cintas. De ese modo pude producir impulsos que generan y regulan los necesarios impulsos neurales.
—¿Es un mutante? —pregunté, los ojos fijos en la figura.
—Un varón —replicó Misk—. El primero nacido en el Nido en ocho mil años.
—¿Tú no eres varón? —pregunté a Misk.
—No, y tampoco lo son los demás. Tampoco soy hembra. En el Nido sólo la Madre es hembra. A veces ha aparecido un huevo que resultó ser hembra, pero Sarm ordenó su destrucción.
—¿Cuánto vive un Rey Sacerdote? —pregunté.
—Hace mucho —replicó Misk— los Reyes Sacerdotes descubrieron el secreto de la sustitución de las células sin deterioro de los tejidos, y por eso, salvo herida o accidente, vivimos hasta que nos encuentra el Escarabajo de Oro.
—¿Qué edad tienes? —pregunté a Misk.
—Yo fui incubado antes de que nuestro mundo llegase a tu sistema solar. Es decir, hace más de dos millones de años.
—Entonces —dije— el Nido nunca morirá.
—Ahora está muriendo —corrigió Misk—. Uno por uno perecemos, víctimas de los placeres del Escarabajo de Oro. Envejecemos, y ahora hasta la curiosidad científica está amortiguándose en nosotros. Incluso eso.
—¿Por qué no matan a los Escarabajos de Oro? —pregunté.
—Eso no estaría bien —replicó Misk.
—Pero ellos matan a los Reyes Sacerdotes.
—Conviene que muramos —dijo Misk—, porque el Nido no debe ser eterno. Si así fuera, no podríamos amarlo. Por mi parte, estoy dispuesto a morir, pero la raza de los Reyes Sacerdotes no debe morir.
—Si Sarm supiera de este varón, ¿lo mataría?
—Sí —replicó Misk—, porque él no desea perecer.
Miré asombrado los aparatos y los alambres que penetraban por ocho lugares en el cuerpo del Rey Sacerdote.
—¿Qué le haces? —pregunté.
—Le enseño. El saber depende de las cargas y los microestados de su tejido neural, y el saber se origina en estímulos externos. Lo que aquí ves es un sistema para producir dichos estímulos sin necesidad del proceso de la experiencia externa, que lleva demasiado tiempo.
Alcé la antorcha y miré sobrecogido el cuerpo inerte del joven Rey Sacerdote sobre la mesa de piedra.
Pensé en los impulsos transmitidos por los ocho cables al cuerpo de la criatura postrada ante mí.
—Entonces, de hecho estás modificando su cerebro —murmuré.
—Es un Rey Sacerdote —dijo Misk—, y tiene ocho cerebros, modificaciones de la red ganglionar, mientras que una criatura como tú, limitada por vértebras, probablemente tendrá un solo cerebro.
—¿Quién decide lo que él aprende? —pregunté.
—Normalmente —respondió Misk— los Guardianes de la Tradición, cuyo jefe es Sarm, estandarizan las placas mnemónicas. Como comprenderás, no podía pedir un juego de placas, de modo que preparé mi propia serie, apelando a mi juicio personal.
—No me agrada la idea de modificar su cerebro —dije.
—Cerebros —me corrigió Misk.
—No me agrada —repetí.
—No seas tonto —afirmó Misk—. El aprendizaje es siempre un modo de alterar el cerebro. Este sistema es eficaz y al mismo tiempo racional.
—Me molesta —insistí.
—Comprendo —dijo Misk—. Temes que se convierta en una especie de máquina.
—En efecto.
—Olvidas que es un Rey Sacerdote. No podríamos convertirlo en máquina sin anular ciertas zonas perceptivas esenciales, sin las cuales ya no sería un Rey Sacerdote.
—Entonces, será una máquina que se autogobierne —dije.
—Todos lo somos… con mayor o menor número de elementos casuales. Hacemos lo que es necesario, y el control final no está nunca en el disco mnemónico.
—No sé si lo que dices es cierto.
—Tampoco yo —dijo Misk—. Es un problema difícil y oscuro.
—¿Y qué hacen mientras? —pregunté.
—Antes gozábamos y vivíamos, pero ahora tenemos el cuerpo joven y la mente anciana, y a menudo pensamos en los placeres del Escarabajo de Oro.
—¿Los Reyes Sacerdotes creen en la vida después de la muerte? —pregunté.
—Por supuesto —afirmó Misk—, porque después que uno muere el Nido continúa.
—No —dije—. Me refiero a la vida individual.
—Parece que la conciencia —dijo Misk— es función de la red ganglionar.
Volví los ojos hacia el joven Rey Sacerdote que yacía sobre la mesa de piedra.
—¿Recordará que aprendió estas cosas? —pregunté.
—No —replicó Misk—, porque ahora no está utilizando sus sensores externos, pero comprenderá que aprendió cosas de este modo, ya que se preparó con ese fin un disco mnemotécnico.
—¿Qué se le enseña?
—Naturalmente, la información fundamental se relaciona con el lenguaje, la matemática y las ciencias, pero también se le enseña la historia y la literatura de los Reyes Sacerdotes, las costumbres del Nido, y elementos de mecánica, agricultura y ganadería, así como otros tipos de información.
—¿Pero después continuará aprendiendo?
—Por supuesto —contestó Misk—, pero ya poseerá un conocimiento bastante completo de lo que sus antepasados aprendieron antaño. Cuando se descubre información nueva, también se la incluye en los discos mnemotécnicos.
—¿Y si esos discos contienen información falsa? —pregunté.
—No dudo que a veces ocurra tal cosa —dijo Misk—, pero constantemente se revisan y actualizan los discos.

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