7 - SALGO EN BUSCA DE LOS REYES SACERDOTES


A pesar de las protestas de Vika, con el corazón animoso caminé por el corredor, en busca de los Reyes Sacerdotes de Gor.
—Por favor, no vayas —me gritó.
—Tengo que hacerlo —insistí.
—Vuelve —gritó Vika.
No contesté, y comencé a descender por el corredor.
Mi obligación no era consolarla, ni tranquilizarla, ni ofrecerle la compañía de otra presencia humana. Mi propósito tenía que ver con los temibles habitantes de esos oscuros corredores que la habían aterrorizado tanto; mi propósito no era representar el papel del amigo, sino el del guerrero.
Mientras descendía por el corredor examiné las diferentes cámaras, idénticas a la mía, que se abrían a ambos lados. Casi todas estaban vacías.
Pero en dos de ellas había esclavas de cámara, jóvenes semejantes a Vika, con túnicas y collares idénticos. Seguramente la única diferencia estaba en los números grabados en los collares.
La primera joven era una muchacha baja y robusta, gruesos tobillos y anchas espaldas, probablemente de origen campesino. Tenía los cabellos formando trenzas que le caían sobre el hombro derecho. Se había levantado de su estera desplegada a los pies de la cama de piedra, incrédula, parpadeando y frotándose los ojos de párpados pesados. Por lo que pude ver, estaba sola en la cámara. Cuando se aproximó al portal, los sensores comenzaron a resplandecer.
—¿Quién eres? —preguntó la joven, y su acento sugería que venía de los campos de Sa-Tarna, a cierta altura sobre Ar, en dirección al Golfo de Tamber.
—¿Viste a los Reyes Sacerdotes? —pregunté.
—Esta noche no —contestó.
—Soy Cabot, de Ko-ro-ba —dije y continué caminando.
La segunda joven era alta, frágil y espigada, y tenía piernas delgadas y ojos grandes y tristes; los cabellos oscuros le caían sobre los hombros y se destacaban contra el blanco de su túnica. Quizá perteneciera a la casta superior. Sin hablar era difícil decirlo, aunque aun así quizás no pudiera identificarla, porque los acentos de algunas de las castas superiores de artesanos son parecidos al goreano puro de la casta superior. Estaba de pie, la espalda apoyada contra el fondo de la cámara, sus ojos fijos en mí, casi sin respirar. Me pareció que también ella estaba sola.
—¿Viste a los Reyes Sacerdotes? —pregunté.
Meneó vigorosamente la cabeza.
Continué mi camino por el corredor.
Cada una a su modo, ambas jóvenes eran hermosas, pero pensé que Vika era superior a ellas.
El acento de mi esclava era goreano puro de la casta superior, si bien yo no alcanzaba a identificar la ciudad de donde provenía. Probablemente pertenecía a la Casta de los Constructores o los Médicos, porque si su familia hubiera pertenecido a los Escribas hubiera sido lógico esperar inflexiones más sutiles y el empleo de giros gramaticales menos vulgares; y si su familia pertenecía a los Guerreros, el lenguaje habría sido más directo, más sencillo y belicoso. Por lo demás, esas fórmulas generales son imperfectas, pues el lenguaje goreano no es menos complejo que el de cualquiera de las grandes comunidades idiomáticas naturales de la Tierra, y quienes lo usan no conforman un panorama menos variado. Digamos de pasada que es un lenguaje hermoso, y que puede ser tan sutil como el griego, tan directo como el latín, tan expresivo como el ruso, tan rico como el inglés y tan vigoroso como el alemán.
Me pareció difícil apartar de mi mente la imagen de las dos esclavas de cámara y la de Vika, tal vez porque la situación en que estaban esas jóvenes me conmovía, o porque cada una a su modo era hermosa.
Me sentí complacido porque me habían llevado a la cámara de Vika, ya que ella me parecía la más bella de todas. Después me dije que el hecho de que me hubiesen llevado a su cámara tal vez no fuera por pura casualidad. Pensé que en cierto sentido Vika se parecía a Lara, que era Tatrix de Tharna, la mujer que tanto me había interesado. Era más baja que Lara y tenía el cuerpo más lleno, pero podía considerárselas pertenecientes al mismo tipo físico en general. Los labios de Lara eran carnosos y bien dibujados, sensibles y extraños, tiernos y hambrientos; los labios de Vika podían enloquecer a un hombre. Me pregunté si Vika era una esclava preparada especialmente, una Esclava Pasional, una de esas jóvenes refinadas tanto en su belleza como por su pasión y destinadas a las grandes casas de esclavas de Ar, pues labios como los de Vika eran un rasgo que a menudo aparecía en las Esclavas Pasionales. Eran labios formados para el beso de un amo.
Mientras reflexionaba sobre estas cosas sentía que no había llegado a la cámara de Vika por puro accidente, y que todo había sido parte de un plan de los Reyes Sacerdotes. Sospeché que Vika había derrotado y destruido a muchos hombres, y supuse que los Reyes Sacerdotes tenían curiosidad de ver cómo la manejaba. Probablemente la propia Vika hubiera recibido órdenes para someterme. Pero pensé que esto no fuera muy probable. No era esa la técnica de los Reyes Sacerdotes. Más probable era que Vika nada supiera de sus maquinaciones; era sencillamente ella misma, es decir exactamente lo que los Reyes Sacerdotes deseaban. Simplemente Vika, insolente, distante, despectiva y provocativa, sometida por indomable, decidida a ser el amo a pesar de que era la esclava. Me pregunté cuántos hombres habrían caído rendidos a sus pies, a cuántos hombres habría obligado a dormir a los pies de la gran cama de piedra, mientras ella misma usaba las pieles y las sedas del amo.
Después de varias horas volví a encontrarme en el gran salón de los Reyes Sacerdotes. Me alegré de volver a ver las lunas y las estrellas de Gor en el cielo, sobre la cúpula.
Mis pasos resonaron sobre las piedras del suelo. La gran cámara estaba sumida en el silencio. El trono vacío era un espectáculo sobrecogedor.
—¡Aquí estoy! —grité—. ¡Soy Tarl Cabot! ¡Soy guerrero de Ko-ro-ba, y desafío a un guerrero de los Reyes Sacerdotes de Gor! ¡Vamos a luchar! ¡Es la guerra!
El eco de la vasta cámara repitió mi voz durante largo rato, pero no recibí respuesta a mi desafío.
Volví a llamar, con el mismo resultado.
Decidí regresar a la cámara de Vika.
Otra noche continuaría mi exploración, pues había otros corredores, otros portales visibles desde el lugar donde yo estaba. Necesitaría varios días para recorrerlos todos.
Emprendí el regreso hacia la cámara de Vika.
Habría caminado quizá durante un ahn y avanzaba por uno de los corredores largos y mal iluminados cuando noté una presencia detrás de mí.
Me volví rápidamente, y al mismo tiempo desenfundé la espada.
Detrás, el corredor estaba vacío.
Volví a enfundar la hoja en la vaina y continué caminando.
Había avanzado unos metros cuando de nuevo algo me inquietó. Esta vez no me volví, y en cambio continué avanzando lentamente; los oídos atentos. Cuando llegué a un recodo del corredor, lo pasé y después me apreté contra la red y esperé.
Con un movimiento muy lento, extraje la espada, evitando el más mínimo ruido mientras lo hacía.
Esperé, pero no ocurrió nada.
Tengo la paciencia de un guerrero, y esperé largo rato. Cuando los hombres se acechan con armas, es bueno tener paciencia, mucha paciencia.
Por supuesto, cien veces pensé que mi actitud era absurda, porque en realidad no tenía conciencia de haber oído nada. Sin embargo, quizá mi inconsciente había percibido un leve ruido y ese había sido el origen de una imprecisa sospecha. Finalmente, decidí forzar la situación. Por lo que sabía, si quien me seguía era uno de los Reyes Sacerdotes, era muy posible que me aventajara, pues esos seres podían esperar inmóviles como un árbol o una piedra, hasta que llegase el momento oportuno de atacar. Ya había esperado poco más de un ahn y tenía el cuerpo cubierto de sudor. Me dolían los músculos. Pensé que quien me siguiera podía haber advertido que el ruido de mis pasos había cesado. Y en ese caso, también sabía que yo acechaba.
¿Qué agudeza tenían los sentidos de los Reyes Sacerdotes? Tal vez no eran muy fiables, pues esos seres poco a poco se habían acostumbrado a depender de los instrumentos: o quizá sus sentidos eran diferentes de los sentidos humanos, más agudos a causa de una herencia genética distinta, capaces de discriminar e interpretar rasgos que no percibían ni siquiera los cinco sentidos primitivos de los humanos. En mi caso, lo más seguro era continuar en la misma línea de acción, porque de ese modo contaba con la protección del escudo formado por el recodo del pasillo. Pero no deseaba continuar en la misma situación. Puse el cuerpo tenso, listo para dar el salto y emitir el grito que me enfrentaría a cara descubierta con el enemigo.
Y entonces lancé el grito de guerra de Ko-ro-ba y di un salto, la espada preparada, para enfrentarme a mi antagonista.
De mis labios escapó un aullido de rabia cuando vi el corredor vacío.
Dominado por la furia, comencé a correr por el desandando camino, para encontrarme con el ser que me había seguido. Había recorrido tal vez medio pasang cuando me detuve, jadeante y furioso conmigo mismo.
—¡Salga! —grité—. ¡Salga!
La quietud del corredor se burló de mí.
Irritado, permanecí de pie, solo en el corredor, a la mortecina luz de los bulbos de energía, la espada inútil en mano.
Y entonces, percibí algo.
Nunca presté demasiada atención al olfato.
Ciertamente he percibido el aroma de las flores y las mujeres, del pan fresco y caliente, de la carne asada, de los vinos y los brebajes, del cuero y el aceite con que protegía de la herrumbre el filo de mi espada, de los campos verdes y los vientos de la tormenta, pero rara vez atribuí a mi olfato la misma importancia que tienen la vista o el tacto; y sin embargo, ese sentido a menudo descuidado es muy útil al hombre dispuesto a utilizarlo.
Olí el corredor, y percibí un olor que nunca había encontrado antes, impreciso pero indudable. Hasta donde podía emitir un juicio, era un olor simple, aunque después sabría que era el producto complejo de olores aún más simples que el que entonces estaba percibiendo. Me parece imposible describir ese olor, del mismo modo que no se puede describir el gusto de un limón a quien jamás lo haya saboreado. Sin embargo, puedo decir que era levemente acre, y que me irritaba la nariz. Me recordaba levemente al olor de un cartucho disparado.
Aunque ya no había nada en el corredor, había dejado su rastro.
Comprendí entonces que no había estado solo.
Había percibido el olor de un Rey Sacerdote.
Volví a envainar la espada y regresé a la cámara de Vika. Comencé a canturrear una canción guerrera, porque en cierto sentido me sentía complacido.