18 - CONVERSACIÓN CON SARM


Durante los días siguientes, cuando no estaba con Sarm exploraba solo el Nido, utilizando un disco de transporte, suministrado por Sarm. Busqué a Misk, pero no pude encontrarlo. Sólo sabía que, como decía Sarm, le complacía retener Gur.
Ninguno de los seres con quienes hablé, la mayoría muls, quiso explicarme el significado de esa expresión. Llegué a la conclusión de que los muls sencillamente no sabían qué decirme, pese a que varios de ellos habían nacido en el Nido. Incluso pregunté a varios Reyes Sacerdotes, y como yo era un matok y no un mul, me escucharon, pero rehusaron cortésmente suministrarme la información pedida.
—Se relaciona con la Fiesta de Tola —decían—, y no es asunto que concierna a los humanos.
A veces, Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta me acompañaban en estas excursiones. La primera vez que lo hicieron llevé un lápiz de marcar, usado por los empleados muls en distintos comisariatos y depósitos, y escribí las letras correspondientes sobre el hombro izquierdo de las túnicas de plástico de cada uno. Ahora podía distinguirlos. La marca era muy visible para los ojos humanos, pero apenas sería advertida por los Reyes Sacerdotes, del mismo modo que un sonido insignificante probablemente no llame la atención de un ser humano que no lo escucha y que se ocupa de otras cosas.
Una tarde, Mul-Al-Ka, Mul-Ba-Ta y yo nos desplazábamos rápidamente por un túnel en mi disco de transporte.
—Cabot, es agradable viajar así —dijo Mul-Al-Ka.
—Sí, es muy grato —convino Mul-Ba-Ta.
—Hablan casi del mismo modo —observé.
—Somos muy parecidos —señaló Mul-Al-Ka.
—¿Son los muls del biólogo Kusk? —pregunté.
—No —dijo Mul-Al-Ka—, Kusk nos regaló a Sarm.
—En ese caso —dije a los muls que viajaban conmigo— están aquí para espiarme e informar a Sarm.
—Sí —dijo Mul-Al-Ka.
—Es nuestra obligación —dijo Mul-Ba-Ta.
—Pero —agregó Mul-Al-Ka—, si deseas hacer algo y no quieres que Sarm lo sepa, no tienes más que decirlo y miraremos hacia otra parte.
—Sí —dijo Mul-Ba-Ta—, o puedes detener el disco y nosotros descendemos, y te esperamos. Cuando vuelvas, puedes recogernos.
—Me parece justo —comenté.
—Bien —dijo Mul-Al-Ka.
—¿Es humano ser justo? —preguntó Mul-Ba-Ta.
—A veces —contesté.
—Bien —dijo Mul-Al-Ka.
—Sí —dijo Mul-Ba-Ta—, deseamos ser humanos.
—¿Un día nos enseñarás a ser humanos? —preguntó Mul-Al-Ka.
El disco de transporte aceleró la marcha, y durante un rato ninguno habló.
—No sé muy bien si yo comprendo lo que significa ser humano —dije.
—Seguramente es muy difícil —observó Mul-Al-Ka.
—Sí —dije—, es muy difícil.
—¿Un Rey Sacerdote debe aprender a ser Rey Sacerdote? —preguntó Mul-Ba-Ta.
—Sí —repliqué.
—Eso incluso es más difícil —dijo Mul-Al-Ka.
—Probablemente —comenté—. En realidad, no lo sé.
Desvié el disco de transporte para evitar el choque con un organismo parecido a un cangrejo y después hice otro tanto para esquivar a un Rey Sacerdote que alzó las antenas, extrañado, cuando pasamos junto a él.
—El que no era Rey Sacerdote —dijo Mul-Al-Ka—, era un matok, y se llama Toos y vive de hongos que nadie quiere.
—Sabemos que esas cosas te interesan —dijo Mul-Ba-Ta.
—Sí, me interesan —dije—. Gracias.
Durante un rato viajamos en silencio.
—Pero, ¿nos enseñarás a ser humanos, verdad? —preguntó Mul-Al-Ka.
—No sé mucho de eso —dije.
—En todo caso, más que nosotros —agregó Mul-Ba-Ta.
Se me ocurrió la idea de realizar cierta maniobra.
—¡Miren esto! —dije, e inclinando el cuerpo al costado, obligué al disco de transporte a describir un súbito y brusco circulo, para continuar después en la misma dirección que traíamos.
Los tres casi nos caemos del disco.
—Maravilloso —exclamó Mul-Al-Ka.
—Eres muy hábil —dijo Mul-Ba-Ta.
—Nunca vi hacer esto a un Rey Sacerdote —dijo Mul-Al-Ka con expresión de respeto.
—¿Les agradaría guiar el disco de transporte? —pregunté.
—¡Sí! —dijeron al unísono Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta.
—Pero primero —preguntó Mul-Al-Ka—, ¿nos enseñarás a ser humanos?
—¡Qué tonto eres! —le reprendió Mul-Ba-Ta—. Ya está enseñándonos.
—Si es así —dijo Mul-Al-Ka, mirando con verdadera fascinación las fajas aceleradoras del disco de transporte—, concentremos la atención en el manejo de esta máquina.
—Sí —dijo Mul-Ba-Ta—, por el momento bastará con que aprendamos esto… Tarl Cabot.
Sin embargo, no me oponía a perder tiempo con Sarm, porque acerca del Nido me enseñaba más y en menos tiempo que lo que hubiera sido posible de cualquier otro modo. Acompañado por él, podía entrar en muchos sectores que estaban vedados a los humanos.
Uno de ellos era la fuente de energía de los Reyes Sacerdotes, la gran fábrica donde se genera la energía básica de sus muchos edificios y máquinas.
—Yo creía —dije— que el foco de energía del Nido era la Madre.
Sarm se detuvo en el estrecho corredor de hierro que rodeaba la enorme cúpula de vidrio azul, y se enderezó para mirarme. Con un movimiento de la pata delantera, hubiera podido enviarme a la muerte, varios centenares de metros más abajo. Durante un instante las antenas se achataron sobre la cabeza, y las proyecciones afiladas emergieron, pero después pareció que Sarm controlaba su cólera.
—Esto es muy distinto —dijo Sarm.
—Sí, es diferente —convine.
Sarm me miró un momento, y después continué avanzando.
Finalmente llegamos al vértice de la gran cúpula azul, y desde allí pude ver el hemisferio refulgente, azulado y reticular que estaba muchos metros más abajo.
Rodeando la cúpula azul, en grandes líneas concéntricas de piedra, vi corredor tras corredor de paneles de instrumentos. Aquí y allá se movían Reyes Sacerdotes, vigilando los controles, y a veces ajustando delicadamente un dial con los minúsculos apéndices de las patas delanteras.
Imaginé que la cúpula era en realidad un reactor.
Miré hacia abajo: —De modo que ésta es la fuente del poder de los Reyes Sacerdotes —comenté.
—No —dijo Sarm.
Lo miré.
Movió las patas delanteras con un gesto extraño, y se tocó su propio cuerpo con cada pata que rozó tres lugares del tórax y uno detrás de los ojos.
—Aquí —dijo— está la verdadera fuente de nuestro poder.
Comprendí entonces que se había tocado los puntos de entrada de los cables que había visto antes unidos al cuerpo del joven Rey Sacerdote, sobre la mesa de piedra del compartimento secreto, bajo la cámara de Misk. Sarm había señalado sus ocho cerebros.
—Sí —dije—, tienes razón.
Sarm me miró. —Entonces, ¿conoces las modificaciones de la red ganglionar?
—Sí. Misk me lo explicó.
—Está bien —dijo Sarm—. Quiero que sepas más sobre los Reyes Sacerdotes.
—Todos estos días —comenté— me enseñaste mucho, y estoy agradecido.
—Sin embargo —dijo Sarm—, hay quienes desean destruir todo esto.
Pensé que arrojando todo el peso de mi cuerpo contra Sarm podría lanzarlo desde esa plataforma a su propia muerte, muchos metros más abajo.
—Sé por qué te trajeron al Nido —dijo Sarm.
—En ese caso, sabes más que yo —comenté.
—Te trajeron para que me mates —dijo Sarm, mirando hacia abajo.
Me sobresalté.
—Hay quienes —agregó— no aman el Nido, y desean destruirlo.
No dije nada.
—El Nido es eterno —dijo Sarm—. No puede morir. No permitiremos que muera.
—No entiendo —contesté.
—Entiendes, Tarl Cabot —dijo Sarm—. No me mientas.
Miré alrededor, contemplé la increíble complejidad que allí se desplegaba. —No sé qué decirte —observé—. Imagino que si yo fuera Rey Sacerdote no desearía que todo esto pereciera.
—Exactamente —dijo Sarm—, y sin embargo uno de los nuestros quiere traicionar a su propia especie, y está dispuesto a contemplar la destrucción de esta maravilla.
—¿Conoces su nombre?
—Por supuesto —dijo Sarm—. Ambos lo conocemos. Es Misk.
—Nada sé de todo eso.
—Ya lo veo —comentó Sarm. Hizo una pausa—. Misk cree que te trajo al Nido para cumplir sus propios fines, y yo le permití que lo creyese. Le permití imaginar que yo sospechaba… pero no que conocía su conspiración. En efecto: te envié a la cámara de Vika de Treve, y allí demostró su culpabilidad, porque acudió deprisa a protegerte.
—¿Y si él no hubiese entrado en la cámara? —pregunté.
—La joven Vika de Treve jamás me falló —dijo Sarm.
—¿De qué te habría servido estando encadenado al anillo de una esclava? —pregunté.
—Después de un tiempo, quizá un año —dijo Sarm—, cuando estuvieras preparado, te habría liberado, con la condición de que hicieras mi voluntad.
—¿Y en qué habría consistido tu voluntad? —pregunté.
—En que mataras a Misk —dijo Sarm.
—¿Por qué no lo matas tú mismo?
—Eso sería asesinato —dijo Sarm—. Pese a su culpa y su traición todavía es un Rey Sacerdote.
—Entre Misk y yo existe la Confianza del Nido —objeté.
—No puede existir la Confianza del Nido entre un Rey Sacerdote y un humano.
—Comprendo —dije—. Miré a Sarm. —Y si yo aceptara tu propuesta, ¿cuál sería mi recompensa?
—Vika de Treve —dijo Sarm—. La pondría a tus pies, desnuda y encadenada.
—No es muy agradable para Vika de Treve.
—No es más que una mul hembra —dijo Sarm.
Pensé en Vika y en el odio que me inspiraba.
—¿Todavía deseas que mate a Misk? —pregunté.
—Sí —dijo Sarm—. Con ese Fin te traje al Nido.
—En ese caso, dame mi espada —dije —, y llévame con él.
—Bien —convino Sarm, y comenzamos a descender alrededor del globo azulado donde residía la energía de los Reyes Sacerdotes.